domingo, agosto 06, 2006

En la orilla V

34

Y tus piernas eran más largas que el día sin tus piernas. Y yo era cursi, como ahora. Me calzaba en las palabras una flor de un rojo carmesí como en los boleros. Tiritaba ante la proximidad de tus pasos. Regurgitaba aplausos del perfume de tu piel como si me hubiese tragado un violín, o dos, una comparsa de maripositas o qué. Y después tus piernas eran largas como la noche sin vos.


35

Tus pechos: barquitos dulcísimos que miraban con recelo el puerto desierto de mis manos.


36

La canción de esta mañana debió tener dos firmes alas, pero cayó como un ancla en un bazar. Partía hacia el otro lado del mar cuando se instaló mansamente en la orilla, confundida con el rumor de los caracoles muertos.


37

Entro en la noche del sueño y el sueño de la noche se me llena de caballos. Entran caballos rayados de luna. Todo se pisa, se rompe, y todo es caballo. Un barco caballo, una acacia de llovido caballo, libros con caballos, mi camisa negra y un pincel caballo. A paso de caballo se rompen las etapas. Roto el sueño, yo roto. Los caballos rotan.


38

Ese cansancio al levantarme como si hubiera dormido apurado.


39

Estoy alegre, bailo una mujer. Antorcha en la orilla bajo la noche mía. Bailo una mujer alegre. Sal en el viento, cielo del callar sobre mi cabeza de fuego. Toco el aire cálido de vientre de perro. Llego hasta manzanas que riegan. Perfumes de tu voz bajan en serpentinas verdes. Todo baila, todo baila sin una gota de música. Sólo yo, conmigo, solo en una sola espuma, atravesado a dentelladas por una mujer que no acabará de hallar su forma definitiva.


40

Pasa. Deja un pentagrama, un soplo de cuchillas, un golpe seco de galeón peleando el aire. Pasa en sus asuntos, hacia el cielo, hacia dónde… Pasa rasando, proyecta un fuselaje negro en el agua y me olvida.


41

Pechumbre. Centro aluvial. Lloverá con iras rojas tu bondad mal paga. Tu voz es aquelarre. Habrá que maldecir lo que no duele por nacer. Te das de vientre contra las paredes, te parecés al hijo que no fue.


42

Poema quemado para que diga su gran mentira. Último humo pariendo su música vedada. Poema elegíaco de siete metáforas torpes que da inesperados pájaros inundados de fuego.


43

Empozada en el callar como brasa exánime, abrumada, el mínimo piar te aviva.

2 comentarios:

Diana L. Caffaratti dijo...

Esta colección dicha con fuerza me ha golpeado, me ha herido, me ha devuerlto a la masa interior del alma...
luego me ha redimido...
Me entiendes?

Anónimo dijo...

Que extraordinariamente bellos el 34 y el 39. Los ultimos me pusieron triste, muy triste sobre todo el 43 que define tan bien al dolor inerte, cuando guarda silencio.