domingo, julio 30, 2006

En la orilla III

16

Único pájaro que nació de pez. Sobrevuela el mar como espada de sol partida en dos. Se sumerge en el horizonte, se moja de crepúsculo, cierra la tarde, apaga el sol. Nada en el aire.


17

Zapatos vuelan. Cruces, tijeras, pararrayos vuelan. Vuelan plumas fuente, Zeus famélico, un antifaz, tres antílopes, un dragón que ama a una sirena, dos remos anclados. Vuela un tridente, un estetoscopio, una bruja en su escoba blanca, dos pañuelitos de novia, la aguja felina de una brújula… Y el papelito donde te dibujé un país vuela como un ave en el día de su cumpleaños. Las aves vuelan como tus manos. Las aves, volando, tienen la forma del adiós.


18

Mi idea de mi corazón no es mi corazón. ¿Qué cosa es darlo? Una mano crispada sobre el pecho: arrancarse un pájaro, un cachorro de tigre de bengala, un bandoneón, un barco.


19

Como dos campanitas, como si nadie sintiera o rumbeara por allí, en su páramo, y nadie halle o busque tus pies en paz sobre las sábanas del día, asomaron grillos de mañana en tus ojos de siesta. A los lados caminaban recuerdos con la mirada baja. Tu cuerpo era humo de la blanca esperanza. Dibujabas en la piel del crepúsculo para que no faltara sol.


20

Barco nocturno que viene desde el horizonte. Trae remolcado al sol para este día.


21

Ninguna pena me desplaza hoy, lunes. Parece que ando concurrido de voces. En el ondular de las frases, fumo la distancia que hay entre un rostro y otro rostro. Soy como un gato crecido en el marco de una ventana. Veo subir la tarde, el vacío.


22

Tus pies en sol ajeno. Tacho días, reúno pedacitos de diálogos, imágenes a punto de caer: mi cerebro es una moviola loca. Y qué haré con mi pobre poesía de perros y de barcos. Ningún verso llega a tus pies en sol ajeno. Ninguno. Te intuyo descalza. Tu pie derecho dice no, pero el izquierdo es un raro signo de interrogación. Lo que contesta el uno, el otro lo pregunta después.


23

Benteveo de la curiosidad. Viene con su condena, su nirvana, su pasaporte al día. Trae ráfagas de lo que no está.



24

Por qué benteveás dando aletazos amarillos a ventanas donde, se sabe, no resguardan sino restos de luz que ya no asombran, silencios que eché a perder cuando te nombraba.

domingo, julio 23, 2006

En la orilla II

9

Ese calamar que se pregunta por qué tiene tinta si él no escribe, tiene una
poesía continua, irrefrenable contra los males de este mundo.


10

Barca clara en flujos del día. La dársena de tu boca se abría y una canción movía el agua. Palabra que moría en un beso y era por primera vez una palabra.


11

Bandada al pasar de las primeras horas amarillas. Pájaros ebrios que sabían tu nombre letra por letra, que planeaban con él y asistían al sol elevándose como barriletes. Y tu nombre caía como una nieve celeste desde los picos, y eras así de popular.


12

Esa ignota, frondosa arboleda de nubes creciendo al pie del horizonte. Esos frutos o lágrimas que maduran a expensas del parco sol, indagando entre hebras de vapor, interrogando su estación, su exacta primavera. O ese poseidón de barbas hasta el suelo del concupiscente mar, abrevando en sales, elaborando agua, relámpago, rayo, alguna otra pulsión. Ese bichito de luz que pasa parpadeando su astro, procurándose un lugar seco para escribir sobre la lluvia.


13

El escarabajo abre calles en la arena; segmenta, draga, construye mapas que nadie estudiará. Escarabajo de esta parte del sur que acabará trabajando de otra cosa.


14

La palabra en llamas, la jugada a pasión, a desgarro, a timbal que tocara el campanario de tu pecho, a bridas que soltaron un caballo, a semilla, a médula, a cristal que se volvió innombrable.


15

El ave esparce su alegría en el guano lechoso, el caracol bruñe la piedra con su almíbar, la flor suelta un pañuelo amarillo para coquetear con la oruga y vos caminás los espejos largos de una calle de lluvia mojándote mi recuerdo

lunes, julio 17, 2006

En la orilla I

I Los que juntaron anuncios del sol supieron del duro letargo. Guardaron luz para las noches de sequía.

Nicanor Arce Cabras

1

Pez de las cinco menos cuarto según su reloj.


2

Broche extraído del inventario del mar: tesoro de una sola pieza con atavíos del sol; antiguo navío de tu pelo.


3

Mujer silbando graves colores. Rizos echados en su conversación con flotantes pentagramas. Remera ocre con paloma, escote violentado que insinúa dos pechos del alba y palomares. Total: tres palomas.


4

Algo golpeaba en el mar, algo como una reverberación en su hora. Aves de yeso se alejaban demudadas, encogidas de hombros. Algo golpeaba: un despertar o huevo, cierto malestar en la superficie, furor orquestal… Yo volvía de la espuma, oía voces en las olas y no quise mirar atrás . Algo golpeaba con fuerza tras mi espalda y no quise mirar. Me alejé prudentemente de la orilla hacia otros médanos. Alguna razón debía tener el mar para estar así.


5

Vidrio triangular cóncavo, miembro de una luz, parte de una obra: refracta, desafía al sol, corta la brisa, imita a una joya. Vidrio que será ventana de la torre principal de mi castillo.


6

Sacaba manos de espantapájaros con tristeza sin igual. Me arrojaba, fluía en las olas. ¡Apláudanme el cantar!, decía como un Blas de Otero o como pajarito al que yo asustara y volara de tu pecho. Era un hombre feliz: con pies de agua me quedaba en vos. Pronto secaban.


7

Luna sobre un estuario. El lienzo azul gris esplende como una victoria. Tu vientre exactamente era páramo bajo la luna. Allí te bordé besos que ya no aguantaba, blancos peces que nadaron hasta el amanecer.


8

Un puerto. Un perro. Farol tumbado: luz pesada sobre sogas de gordos nudos marineros. Sombras de velámenes que oscilan lápices
cruzados. La luna baja en un responso: luz quebrada entre los barcos. Pasa un hombre vestido de paraguas, viejo, muy viejo. El perro da sus flechas a la noche. A su lado, soy un fantasma con sombrero.

miércoles, julio 12, 2006

Introducción

En la orilla - Poesía - 2002/2003
Máximo Ballester


Los abismos atraen. Yo vivo en la orilla de tu alma. Inclinado hacia ti, sondeo tus pensamientos, indago el germen de tus actos. Vagos deseos se remueven en el fondo, confusos y ondulantes en su lecho de reptiles... Yo sigo a la orilla, ensimismado. Muchos seres se despeñan a lo lejos. Sus restos yacen borrosos disueltos en la satisfacción. Atraído por el abismo, vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca.

Gravitación (Fragmento) - Juan Jose' Arreola